EPIFANIO RODRÍGUEZ, es fotografiado luego de escapar de la Isla de Coati, hace 52 años
EPIFANIO RODRÍGUEZ, es fotografiado luego de escapar de la Isla de Coati, hace 52 años
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Epifanio Rodríguez Núñez, fue detenido a los 23 años durante la dictadura de Hugo Banzer Suárez. Como castigo, fue enviado a la isla de Coati en el lago Titicaca, un lugar de confinamiento de políticos contrarios a la dictadura militar.
Constantino Rojas Burgos
6 de noviembre de 2024
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RESISTENCIA, FUGA Y EXILIO: A 52 años de la detención en la Isla de Coati

En esta isla, vivió en condiciones inhumanas, sufriendo maltrato físico y psicológico, así como una alimentación escasa y condiciones insalubres. En noviembre de 1972, tras meses de encierro, Epifanio participó en una fuga que involucró a 72 detenidos, quienes lograron escapar usando pequeñas lanchas, enfrentándose a las peligrosas aguas del lago hasta llegar a Perú.

Tras la fuga, Epifanio se exilió en Perú y luego en Cuba, donde enfrentó grandes dificultades como refugiado político, subsistiendo con recursos limitados. Eventualmente, buscó asilo en la Unión Soviética y Europa del Este, antes de regresar nuevamente a Perú, donde vivió en condiciones de precariedad, trabajando de carpintero y enfrentando desafíos para obtener un pasaporte.

Epifanio, narra con amargura la falta de compensación económica por parte del gobierno boliviano, particularmente durante el régimen del MAS, a pesar de haber dedicado su vida a la resistencia contra las dictaduras y su colaboración en la creación de organizaciones como la Unión Nacional de Víctimas de la Violencia Política (UNAVIPO).

Su historia no solo resalta la dureza de la dictadura de Banzer, sino también el sentimiento de abandono de los que sobrevivieron, y el dolor por la desatención y falta de reconocimiento de sus sacrificios.

La isla de Coati funcionaba como un campo de concentración, donde los detenidos vivían en condiciones deplorables. Los prisioneros sufrían maltrato físico y psicológico constante, y tenían escasa comida y falta de atención médica. Las celdas carecían de luz y ventilación, y muchos de los presos, debilitados por las condiciones extremas, apenas podían moverse.

En la isla convivían personas de diferentes tendencias políticas: miembros del Partido Comunista, del MIR, campesinos y otros activistas. Estas divisiones se mantenían, y en lugar de camaradería, los presos solían agruparse en pequeños grupos según su afiliación política. A pesar de la situación extrema, la falta de unión entre algunos grupos era evidente, lo que dificultaba una resistencia organizada.

HECHOS SIGNIFICATIVOS

Durante su estancia, los presos lograron formar una estructura de resistencia clandestina. Alfonso Camacho y Rolando Mondaca tuvieron roles destacados en la organización de la fuga.

El teniente Trujillo, un militar de la prisión, brindó información crucial sobre la disposición de los guardias, el estado de las armas y los detalles logísticos de la isla, lo que permitió a los presos planificar el escape.

La fuga en masa del 2 de noviembre de 1972 fue un momento decisivo. Los prisioneros aprovecharon un partido de fútbol entre presos y guardias para neutralizar a los agentes y dirigirse hacia las lanchas que usaban los lugareños.

La estrategia incluía usar el caos del evento y la ayuda de algunos comunarios locales para ganar tiempo y llegar a las lanchas. Los prisioneros tomaron las embarcaciones y cruzaron el lago hacia Perú, a pesar de la precariedad de los medios y las condiciones climáticas adversas.

La fuga marcó un punto de inflexión en sus vidas. Tras llegar a Yunguyo, Perú, se enfrentarán a una nueva lucha: la vida en el exilio, con pocos recursos y limitadas oportunidades de trabajo. A pesar de haber escapado de la dictadura, la situación de los exiliados en países extranjeros continuaba siendo extremadamente difícil.

Los antecedentes de la fuga de los prisioneros políticos de la Isla de Coati están marcados por las circunstancias difíciles de la vida, la resistencia silenciosa de los detenidos, y las conexiones que lograron establecer para planificar la evasión de esta “cárcel natural”.

Tras el golpe de Estado de 1971 encabezado por Hugo Banzer Suárez, Bolivia vivió una fuerte represión contra activistas y opositores. La Isla de Coati, en el Lago Titicaca, fue designada como un centro de detención para mantener a los presos políticos aislados de la sociedad. Los prisioneros fueron llevados sin juicio previo y fueron sometidos a duras condiciones de vida.

TRES de los que lograron escapar de Coati (El Alcatraz del Altiplano). Epifanio Rodriguez entre ellos.

La vida en Coati era extremadamente severa. Los prisioneros sufrían de hambre, enfermedades y estaban rodeados de guardias armados que les impedían cualquier contacto con el exterior. La falta de comida y atención médica se agrava, y los presos viven en un ambiente de continua represión física y psicológica. Estas condiciones generan un profundo deseo de escapar, alimentado por el trato inhumano que reciben y el aislamiento extremo.

A pesar de las divisiones políticas internas, algunos prisioneros lograron establecer una estructura de colaboración que resultó crucial para organizar una fuga. Liderados por figuras como Alfonso Camacho, Rolando Mondaca y otros, los detenidos comenzaron a idear una estrategia para el escape.

En esta planificación, el teniente Trujillo, un militar que simpatizaba con la causa de los presos, fue clave al proporcionar detalles importantes sobre la vigilancia de la isla, la disposición de las armas y la ubicación de los guardias, lo cual permitió definir una estrategia viable.

Los prisioneros idearon un plan que aprovecharía las visitas ocasionales de comunarios locales que llegaban a la isla en pequeñas embarcaciones. La fuga inicialmente se planeó para el 1 de noviembre de 1972, pero debido a inconvenientes imprevistos, el escape tuvo que posponerse un día. La estrategia incluyó el uso de lanchas de remo ya motor para cruzar el lago, así como la creación de una distracción en la isla.

Como parte del plan, se organizó un partido de fútbol entre prisioneros y guardias para el 2 de noviembre. Durante el juego, los prisioneros aprovecharon la distracción para neutralizar a los guardias y tomar el control de las lanchas.

El conocimiento que tenían sobre las armas y la disposición de los guardias facilitó una rápida movilización hacia el lago. Para algunos prisioneros, fue una oportunidad única de escapar de las terribles condiciones de Coati y obtener una posibilidad de libertad.

La fuga de los prisioneros políticos de la Isla de Coati en 1972 fue un momento de resistencia y supervivencia que, tras lograr salir de la isla, se convirtió en una travesía compleja y llena de desafíos, hasta llegar a la seguridad en Perú.

LA VIDA EN COATI

YUNGUYO-PUNO-LIMA

Estos son algunos de los hechos significativos después de que los prisioneros llegaron a Yunguyo y Copacabana, y más tarde a Puno.

Luego de un agotador cruce en lanchas desde la Isla de Coati, los prisioneros llegaron a Yunguyo, una pequeña ciudad peruana en la frontera. La fuga había agotado esencialmente a la mayoría de los presos, quienes cruzaron el lago Titicaca en embarcaciones frágiles, enfrentándose a aguas heladas y riesgos constantes de ser recapturados.

Al llegar a Yunguyo, experimentaron una mezcla de alivio y tristeza, ya que cinco compañeros fueron recapturados en el proceso y algunos se perdieron durante la travesía. La población local mostró su solidaridad al ofrecer comida y apoyo emocional a los fugitivos, quienes se encontraban exhaustos y debilitados.

Algunos prisioneros que no lograron cruzar directamente a Yunguyo fueron recapturados o terminados en Copacabana, en territorio boliviano. En esta localidad, las autoridades militares estaban en alerta, y cualquier intento de ayuda por parte de la población local estaba fuertemente vigilado y controlado, lo cual aumentó las tensiones y dificultades para aquellos que no lograron llegar a Perú inmediatamente.

Durante la fuga, algunos de los detenidos fueron traicionados o interceptados, especialmente en la región cercana a la frontera. Aunque varios lograron cruzar, cinco de ellos fueron recapturados y enfrentaron nuevamente la brutalidad de los agentes militares, lo que aumentó la presión entre los que sí lograron escapar.

Tras ser acogidos en Yunguyo, los prisioneros fueron trasladados a Puno, una ciudad más grande, donde la comunidad peruana les brindó ayuda y apoyo, especialmente al conocer las condiciones que habían vivido en Bolivia. Los residentes de Puno demostraron solidaridad al proporcionar alimentos, ropa y cobijo, e incluso donaron dinero y bienes básicos para los refugiados. Esto fue fundamental, ya que los prisioneros no tenían ni recursos ni acceso a medios de subsistencia.

Desde Puno, los prisioneros fueron llevados a Lima, la capital peruana, donde finalmente pudieron solicitar asilo político. Esta etapa marcó el inicio de un largo período de exilio para Epifanio Rodríguez y otros prisioneros, quienes serían repartidos en distintos países de América Latina y Europa, enfrentando una vida de precariedad y desarraigo.

OLVIDADOS POR LA JUSTICIA

El destino de Epifanio Rodríguez, como el de muchos otros presos políticos de la dictadura de Hugo Banzer Suárez, es el reflejo de una historia de incomprensión y abandono. Tras su fuga de la Isla de Coati, donde sufrió torturas físicas y psicológicas, Rodríguez pasó años en el exilio, en Perú, Cuba, la Unión Soviética y otros países, sobreviviendo a duras condiciones sin el apoyo de su país. A su regreso a Bolivia, el ideal de recibir un resarcimiento por los años de violencia y persecución se fue desvaneciendo, mientras su historia y la de otros sobrevivientes se diluía en el olvido.

Epifanio fundó la Unión Nacional de Víctimas de la Violencia Política (UNAVIPO), con la esperanza de obtener justicia y una indemnización para quienes padecieron en la dictadura. Sin embargo, los trámites fueron estancados, y el resarcimiento que buscaba nunca se concretó para él. La ley 2640 de indemnización se convirtió en una norma incumplida para Epifanio y muchos otros, quienes sufrieron la indiferencia de las autoridades y la manipulación política de sus luchas y promesas.

Hoy, Epifanio Rodríguez vive con el peso de las secuelas físicas y emocionales de aquellos años de la dictadura militar. Enfrenta una vejez sin el reconocimiento que merece, y su historia, que es la de una resistencia contra la opresión, sigue siendo un testimonio valioso que permanece al margen de la historia oficial. Su vida es una llamada a la memoria y a la justicia boliviana, para que el sacrificio de quienes lucharon por la libertad y la dignidad en tiempos de dictadura no sea olvidado.

Nuestras Memorias que Perduran, rescatan estas voces, iluminando las historias de quienes, como Epifanio Rodríguez, merecen ser escuchados y reconocidos.

La vida en Coati era extremadamente severa. Los prisioneros sufrían de hambre, enfermedades y estaban rodeados de guardias armados que les impedían cualquier contacto con el exterior. La falta de comida y atención médica se agrava, y los presos viven en un ambiente de continua represión física y psicológica. Estas condiciones generan un profundo deseo de escapar, alimentado por el trato inhumano que reciben y el aislamiento extremo.

A pesar de las divisiones políticas internas, algunos prisioneros lograron establecer una estructura de colaboración que resultó crucial para organizar una fuga. Liderados por figuras como Alfonso Camacho, Rolando Mondaca y otros, los detenidos comenzaron a idear una estrategia para el escape.

En esta planificación, el teniente Trujillo, un militar que simpatizaba con la causa de los presos, fue clave al proporcionar detalles importantes sobre la vigilancia de la isla, la disposición de las armas y la ubicación de los guardias, lo cual permitió definir una estrategia viable.

Los prisioneros idearon un plan que aprovecharía las visitas ocasionales de comunarios locales que llegaban a la isla en pequeñas embarcaciones. La fuga inicialmente se planeó para el 1 de noviembre de 1972, pero debido a inconvenientes imprevistos, el escape tuvo que posponerse un día. La estrategia incluyó el uso de lanchas de remo ya motor para cruzar el lago, así como la creación de una distracción en la isla.

Como parte del plan, se organizó un partido de fútbol entre prisioneros y guardias para el 2 de noviembre. Durante el juego, los prisioneros aprovecharon la distracción para neutralizar a los guardias y tomar el control de las lanchas.

El conocimiento que tenían sobre las armas y la disposición de los guardias facilitó una rápida movilización hacia el lago. Para algunos prisioneros, fue una oportunidad única de escapar de las terribles condiciones de Coati y obtener una posibilidad de libertad.

La fuga de los prisioneros políticos de la Isla de Coati en 1972 fue un momento de resistencia y supervivencia que, tras lograr salir de la isla, se convirtió en una travesía compleja y llena de desafíos, hasta llegar a la seguridad en Perú.

YUNGUYO-PUNO-LIMA

Estos son algunos de los hechos significativos después de que los prisioneros llegaron a Yunguyo y Copacabana, y más tarde a Puno.

Luego de un agotador cruce en lanchas desde la Isla de Coati, los prisioneros llegaron a Yunguyo, una pequeña ciudad peruana en la frontera. La fuga había agotado esencialmente a la mayoría de los presos, quienes cruzaron el lago Titicaca en embarcaciones frágiles, enfrentándose a aguas heladas y riesgos constantes de ser recapturados.

Al llegar a Yunguyo, experimentaron una mezcla de alivio y tristeza, ya que cinco compañeros fueron recapturados en el proceso y algunos se perdieron durante la travesía. La población local mostró su solidaridad al ofrecer comida y apoyo emocional a los fugitivos, quienes se encontraban exhaustos y debilitados.

Algunos prisioneros que no lograron cruzar directamente a Yunguyo fueron recapturados o terminados en Copacabana, en territorio boliviano. En esta localidad, las autoridades militares estaban en alerta, y cualquier intento de ayuda por parte de la población local estaba fuertemente vigilado y controlado, lo cual aumentó las tensiones y dificultades para aquellos que no lograron llegar a Perú inmediatamente.

Durante la fuga, algunos de los detenidos fueron traicionados o interceptados, especialmente en la región cercana a la frontera. Aunque varios lograron cruzar, cinco de ellos fueron recapturados y enfrentaron nuevamente la brutalidad de los agentes militares, lo que aumentó la presión entre los que sí lograron escapar.

Tras ser acogidos en Yunguyo, los prisioneros fueron trasladados a Puno, una ciudad más grande, donde la comunidad peruana les brindó ayuda y apoyo, especialmente al conocer las condiciones que habían vivido en Bolivia. Los residentes de Puno demostraron solidaridad al proporcionar alimentos, ropa y cobijo, e incluso donaron dinero y bienes básicos para los refugiados. Esto fue fundamental, ya que los prisioneros no tenían ni recursos ni acceso a medios de subsistencia.

Desde Puno, los prisioneros fueron llevados a Lima, la capital peruana, donde finalmente pudieron solicitar asilo político. Esta etapa marcó el inicio de un largo período de exilio para Epifanio Rodríguez y otros prisioneros, quienes serían repartidos en distintos países de América Latina y Europa, enfrentando una vida de precariedad y desarraigo.

OLVIDADOS POR LA JUSTICIA

El destino de Epifanio Rodríguez, como el de muchos otros presos políticos de la dictadura de Hugo Banzer Suárez, es el reflejo de una historia de incomprensión y abandono. Tras su fuga de la Isla de Coati, donde sufrió torturas físicas y psicológicas, Rodríguez pasó años en el exilio, en Perú, Cuba, la Unión Soviética y otros países, sobreviviendo a duras condiciones sin el apoyo de su país. A su regreso a Bolivia, el ideal de recibir un resarcimiento por los años de violencia y persecución se fue desvaneciendo, mientras su historia y la de otros sobrevivientes se diluía en el olvido.

Epifanio fundó la Unión Nacional de Víctimas de la Violencia Política (UNAVIPO), con la esperanza de obtener justicia y una indemnización para quienes padecieron en la dictadura. Sin embargo, los trámites fueron estancados, y el resarcimiento que buscaba nunca se concretó para él. La ley 2640 de indemnización se convirtió en una norma incumplida para Epifanio y muchos otros, quienes sufrieron la indiferencia de las autoridades y la manipulación política de sus luchas y promesas.

Hoy, Epifanio Rodríguez vive con el peso de las secuelas físicas y emocionales de aquellos años de la dictadura militar. Enfrenta una vejez sin el reconocimiento que merece, y su historia, que es la de una resistencia contra la opresión, sigue siendo un testimonio valioso que permanece al margen de la historia oficial. Su vida es una llamada a la memoria y a la justicia boliviana, para que el sacrificio de quienes lucharon por la libertad y la dignidad en tiempos de dictadura no sea olvidado.

Nuestras Memorias que Perduran, rescatan estas voces, iluminando las historias de quienes, como Epifanio Rodríguez, merecen ser escuchados y reconocidos.

LA VIDA EN COATI
TRES de los que lograron escapar de Coati (El Alcatraz del Altiplano). Epifanio Rodriguez entre ellos.

La vida en Coati era extremadamente severa. Los prisioneros sufrían de hambre, enfermedades y estaban rodeados de guardias armados que les impedían cualquier contacto con el exterior. La falta de comida y atención médica se agrava, y los presos viven en un ambiente de continua represión física y psicológica. Estas condiciones generan un profundo deseo de escapar, alimentado por el trato inhumano que reciben y el aislamiento extremo.

A pesar de las divisiones políticas internas, algunos prisioneros lograron establecer una estructura de colaboración que resultó crucial para organizar una fuga. Liderados por figuras como Alfonso Camacho, Rolando Mondaca y otros, los detenidos comenzaron a idear una estrategia para el escape.

En esta planificación, el teniente Trujillo, un militar que simpatizaba con la causa de los presos, fue clave al proporcionar detalles importantes sobre la vigilancia de la isla, la disposición de las armas y la ubicación de los guardias, lo cual permitió definir una estrategia viable.

Los prisioneros idearon un plan que aprovecharía las visitas ocasionales de comunarios locales que llegaban a la isla en pequeñas embarcaciones. La fuga inicialmente se planeó para el 1 de noviembre de 1972, pero debido a inconvenientes imprevistos, el escape tuvo que posponerse un día. La estrategia incluyó el uso de lanchas de remo ya motor para cruzar el lago, así como la creación de una distracción en la isla.

Como parte del plan, se organizó un partido de fútbol entre prisioneros y guardias para el 2 de noviembre. Durante el juego, los prisioneros aprovecharon la distracción para neutralizar a los guardias y tomar el control de las lanchas.

El conocimiento que tenían sobre las armas y la disposición de los guardias facilitó una rápida movilización hacia el lago. Para algunos prisioneros, fue una oportunidad única de escapar de las terribles condiciones de Coati y obtener una posibilidad de libertad.

La fuga de los prisioneros políticos de la Isla de Coati en 1972 fue un momento de resistencia y supervivencia que, tras lograr salir de la isla, se convirtió en una travesía compleja y llena de desafíos, hasta llegar a la seguridad en Perú.

LA VIDA EN COATI
TRES de los que lograron escapar de Coati (El Alcatraz del Altiplano). Epifanio Rodriguez entre ellos.

YUNGUYO-PUNO-LIMA

Estos son algunos de los hechos significativos después de que los prisioneros llegaron a Yunguyo y Copacabana, y más tarde a Puno.

Luego de un agotador cruce en lanchas desde la Isla de Coati, los prisioneros llegaron a Yunguyo, una pequeña ciudad peruana en la frontera. La fuga había agotado esencialmente a la mayoría de los presos, quienes cruzaron el lago Titicaca en embarcaciones frágiles, enfrentándose a aguas heladas y riesgos constantes de ser recapturados.

Al llegar a Yunguyo, experimentaron una mezcla de alivio y tristeza, ya que cinco compañeros fueron recapturados en el proceso y algunos se perdieron durante la travesía. La población local mostró su solidaridad al ofrecer comida y apoyo emocional a los fugitivos, quienes se encontraban exhaustos y debilitados.

Algunos prisioneros que no lograron cruzar directamente a Yunguyo fueron recapturados o terminados en Copacabana, en territorio boliviano. En esta localidad, las autoridades militares estaban en alerta, y cualquier intento de ayuda por parte de la población local estaba fuertemente vigilado y controlado, lo cual aumentó las tensiones y dificultades para aquellos que no lograron llegar a Perú inmediatamente.

Durante la fuga, algunos de los detenidos fueron traicionados o interceptados, especialmente en la región cercana a la frontera. Aunque varios lograron cruzar, cinco de ellos fueron recapturados y enfrentaron nuevamente la brutalidad de los agentes militares, lo que aumentó la presión entre los que sí lograron escapar.

Tras ser acogidos en Yunguyo, los prisioneros fueron trasladados a Puno, una ciudad más grande, donde la comunidad peruana les brindó ayuda y apoyo, especialmente al conocer las condiciones que habían vivido en Bolivia. Los residentes de Puno demostraron solidaridad al proporcionar alimentos, ropa y cobijo, e incluso donaron dinero y bienes básicos para los refugiados. Esto fue fundamental, ya que los prisioneros no tenían ni recursos ni acceso a medios de subsistencia.

Desde Puno, los prisioneros fueron llevados a Lima, la capital peruana, donde finalmente pudieron solicitar asilo político. Esta etapa marcó el inicio de un largo período de exilio para Epifanio Rodríguez y otros prisioneros, quienes serían repartidos en distintos países de América Latina y Europa, enfrentando una vida de precariedad y desarraigo.

OLVIDADOS POR LA JUSTICIA

El destino de Epifanio Rodríguez, como el de muchos otros presos políticos de la dictadura de Hugo Banzer Suárez, es el reflejo de una historia de incomprensión y abandono. Tras su fuga de la Isla de Coati, donde sufrió torturas físicas y psicológicas, Rodríguez pasó años en el exilio, en Perú, Cuba, la Unión Soviética y otros países, sobreviviendo a duras condiciones sin el apoyo de su país. A su regreso a Bolivia, el ideal de recibir un resarcimiento por los años de violencia y persecución se fue desvaneciendo, mientras su historia y la de otros sobrevivientes se diluía en el olvido.

Epifanio fundó la Unión Nacional de Víctimas de la Violencia Política (UNAVIPO), con la esperanza de obtener justicia y una indemnización para quienes padecieron en la dictadura. Sin embargo, los trámites fueron estancados, y el resarcimiento que buscaba nunca se concretó para él. La ley 2640 de indemnización se convirtió en una norma incumplida para Epifanio y muchos otros, quienes sufrieron la indiferencia de las autoridades y la manipulación política de sus luchas y promesas.

Hoy, Epifanio Rodríguez vive con el peso de las secuelas físicas y emocionales de aquellos años de la dictadura militar. Enfrenta una vejez sin el reconocimiento que merece, y su historia, que es la de una resistencia contra la opresión, sigue siendo un testimonio valioso que permanece al margen de la historia oficial. Su vida es una llamada a la memoria y a la justicia boliviana, para que el sacrificio de quienes lucharon por la libertad y la dignidad en tiempos de dictadura no sea olvidado.

Nuestras Memorias que Perduran, rescatan estas voces, iluminando las historias de quienes, como Epifanio Rodríguez, merecen ser escuchados y reconocidos.

TRES de los que lograron escapar de Coati (El Alcatraz del Altiplano). Epifanio Rodriguez entre ellos.
LA VIDA EN COATI

La vida en Coati era extremadamente severa. Los prisioneros sufrían de hambre, enfermedades y estaban rodeados de guardias armados que les impedían cualquier contacto con el exterior. La falta de comida y atención médica se agrava, y los presos viven en un ambiente de continua represión física y psicológica. Estas condiciones generan un profundo deseo de escapar, alimentado por el trato inhumano que reciben y el aislamiento extremo.

A pesar de las divisiones políticas internas, algunos prisioneros lograron establecer una estructura de colaboración que resultó crucial para organizar una fuga. Liderados por figuras como Alfonso Camacho, Rolando Mondaca y otros, los detenidos comenzaron a idear una estrategia para el escape.

En esta planificación, el teniente Trujillo, un militar que simpatizaba con la causa de los presos, fue clave al proporcionar detalles importantes sobre la vigilancia de la isla, la disposición de las armas y la ubicación de los guardias, lo cual permitió definir una estrategia viable.

Los prisioneros idearon un plan que aprovecharía las visitas ocasionales de comunarios locales que llegaban a la isla en pequeñas embarcaciones. La fuga inicialmente se planeó para el 1 de noviembre de 1972, pero debido a inconvenientes imprevistos, el escape tuvo que posponerse un día. La estrategia incluyó el uso de lanchas de remo ya motor para cruzar el lago, así como la creación de una distracción en la isla.

Como parte del plan, se organizó un partido de fútbol entre prisioneros y guardias para el 2 de noviembre. Durante el juego, los prisioneros aprovecharon la distracción para neutralizar a los guardias y tomar el control de las lanchas.

El conocimiento que tenían sobre las armas y la disposición de los guardias facilitó una rápida movilización hacia el lago. Para algunos prisioneros, fue una oportunidad única de escapar de las terribles condiciones de Coati y obtener una posibilidad de libertad.

La fuga de los prisioneros políticos de la Isla de Coati en 1972 fue un momento de resistencia y supervivencia que, tras lograr salir de la isla, se convirtió en una travesía compleja y llena de desafíos, hasta llegar a la seguridad en Perú.

YUNGUYO-PUNO-LIMA

Estos son algunos de los hechos significativos después de que los prisioneros llegaron a Yunguyo y Copacabana, y más tarde a Puno.

Luego de un agotador cruce en lanchas desde la Isla de Coati, los prisioneros llegaron a Yunguyo, una pequeña ciudad peruana en la frontera. La fuga había agotado esencialmente a la mayoría de los presos, quienes cruzaron el lago Titicaca en embarcaciones frágiles, enfrentándose a aguas heladas y riesgos constantes de ser recapturados.

Al llegar a Yunguyo, experimentaron una mezcla de alivio y tristeza, ya que cinco compañeros fueron recapturados en el proceso y algunos se perdieron durante la travesía. La población local mostró su solidaridad al ofrecer comida y apoyo emocional a los fugitivos, quienes se encontraban exhaustos y debilitados.

Algunos prisioneros que no lograron cruzar directamente a Yunguyo fueron recapturados o terminados en Copacabana, en territorio boliviano. En esta localidad, las autoridades militares estaban en alerta, y cualquier intento de ayuda por parte de la población local estaba fuertemente vigilado y controlado, lo cual aumentó las tensiones y dificultades para aquellos que no lograron llegar a Perú inmediatamente.

Durante la fuga, algunos de los detenidos fueron traicionados o interceptados, especialmente en la región cercana a la frontera. Aunque varios lograron cruzar, cinco de ellos fueron recapturados y enfrentaron nuevamente la brutalidad de los agentes militares, lo que aumentó la presión entre los que sí lograron escapar.

Tras ser acogidos en Yunguyo, los prisioneros fueron trasladados a Puno, una ciudad más grande, donde la comunidad peruana les brindó ayuda y apoyo, especialmente al conocer las condiciones que habían vivido en Bolivia. Los residentes de Puno demostraron solidaridad al proporcionar alimentos, ropa y cobijo, e incluso donaron dinero y bienes básicos para los refugiados. Esto fue fundamental, ya que los prisioneros no tenían ni recursos ni acceso a medios de subsistencia.

Desde Puno, los prisioneros fueron llevados a Lima, la capital peruana, donde finalmente pudieron solicitar asilo político. Esta etapa marcó el inicio de un largo período de exilio para Epifanio Rodríguez y otros prisioneros, quienes serían repartidos en distintos países de América Latina y Europa, enfrentando una vida de precariedad y desarraigo.

OLVIDADOS POR LA JUSTICIA

El destino de Epifanio Rodríguez, como el de muchos otros presos políticos de la dictadura de Hugo Banzer Suárez, es el reflejo de una historia de incomprensión y abandono. Tras su fuga de la Isla de Coati, donde sufrió torturas físicas y psicológicas, Rodríguez pasó años en el exilio, en Perú, Cuba, la Unión Soviética y otros países, sobreviviendo a duras condiciones sin el apoyo de su país. A su regreso a Bolivia, el ideal de recibir un resarcimiento por los años de violencia y persecución se fue desvaneciendo, mientras su historia y la de otros sobrevivientes se diluía en el olvido.

Epifanio fundó la Unión Nacional de Víctimas de la Violencia Política (UNAVIPO), con la esperanza de obtener justicia y una indemnización para quienes padecieron en la dictadura. Sin embargo, los trámites fueron estancados, y el resarcimiento que buscaba nunca se concretó para él. La ley 2640 de indemnización se convirtió en una norma incumplida para Epifanio y muchos otros, quienes sufrieron la indiferencia de las autoridades y la manipulación política de sus luchas y promesas.

Hoy, Epifanio Rodríguez vive con el peso de las secuelas físicas y emocionales de aquellos años de la dictadura militar. Enfrenta una vejez sin el reconocimiento que merece, y su historia, que es la de una resistencia contra la opresión, sigue siendo un testimonio valioso que permanece al margen de la historia oficial. Su vida es una llamada a la memoria y a la justicia boliviana, para que el sacrificio de quienes lucharon por la libertad y la dignidad en tiempos de dictadura no sea olvidado.

Nuestras Memorias que Perduran, rescatan estas voces, iluminando las historias de quienes, como Epifanio Rodríguez, merecen ser escuchados y reconocidos.

TRES de los que lograron escapar de Coati (El Alcatraz del Altiplano). Epifanio Rodriguez entre ellos.
LA VIDA EN COATI
TRES de los que lograron escapar de Coati (El Alcatraz del Altiplano). Epifanio Rodriguez entre ellos.

La vida en Coati era extremadamente severa. Los prisioneros sufrían de hambre, enfermedades y estaban rodeados de guardias armados que les impedían cualquier contacto con el exterior. La falta de comida y atención médica se agrava, y los presos viven en un ambiente de continua represión física y psicológica. Estas condiciones generan un profundo deseo de escapar, alimentado por el trato inhumano que reciben y el aislamiento extremo.

A pesar de las divisiones políticas internas, algunos prisioneros lograron establecer una estructura de colaboración que resultó crucial para organizar una fuga. Liderados por figuras como Alfonso Camacho, Rolando Mondaca y otros, los detenidos comenzaron a idear una estrategia para el escape.

En esta planificación, el teniente Trujillo, un militar que simpatizaba con la causa de los presos, fue clave al proporcionar detalles importantes sobre la vigilancia de la isla, la disposición de las armas y la ubicación de los guardias, lo cual permitió definir una estrategia viable.

Los prisioneros idearon un plan que aprovecharía las visitas ocasionales de comunarios locales que llegaban a la isla en pequeñas embarcaciones. La fuga inicialmente se planeó para el 1 de noviembre de 1972, pero debido a inconvenientes imprevistos, el escape tuvo que posponerse un día. La estrategia incluyó el uso de lanchas de remo ya motor para cruzar el lago, así como la creación de una distracción en la isla.

Como parte del plan, se organizó un partido de fútbol entre prisioneros y guardias para el 2 de noviembre. Durante el juego, los prisioneros aprovecharon la distracción para neutralizar a los guardias y tomar el control de las lanchas.

El conocimiento que tenían sobre las armas y la disposición de los guardias facilitó una rápida movilización hacia el lago. Para algunos prisioneros, fue una oportunidad única de escapar de las terribles condiciones de Coati y obtener una posibilidad de libertad.

La fuga de los prisioneros políticos de la Isla de Coati en 1972 fue un momento de resistencia y supervivencia que, tras lograr salir de la isla, se convirtió en una travesía compleja y llena de desafíos, hasta llegar a la seguridad en Perú.

YUNGUYO-PUNO-LIMA

Estos son algunos de los hechos significativos después de que los prisioneros llegaron a Yunguyo y Copacabana, y más tarde a Puno.

Luego de un agotador cruce en lanchas desde la Isla de Coati, los prisioneros llegaron a Yunguyo, una pequeña ciudad peruana en la frontera. La fuga había agotado esencialmente a la mayoría de los presos, quienes cruzaron el lago Titicaca en embarcaciones frágiles, enfrentándose a aguas heladas y riesgos constantes de ser recapturados.

Al llegar a Yunguyo, experimentaron una mezcla de alivio y tristeza, ya que cinco compañeros fueron recapturados en el proceso y algunos se perdieron durante la travesía. La población local mostró su solidaridad al ofrecer comida y apoyo emocional a los fugitivos, quienes se encontraban exhaustos y debilitados.

Algunos prisioneros que no lograron cruzar directamente a Yunguyo fueron recapturados o terminados en Copacabana, en territorio boliviano. En esta localidad, las autoridades militares estaban en alerta, y cualquier intento de ayuda por parte de la población local estaba fuertemente vigilado y controlado, lo cual aumentó las tensiones y dificultades para aquellos que no lograron llegar a Perú inmediatamente.

Durante la fuga, algunos de los detenidos fueron traicionados o interceptados, especialmente en la región cercana a la frontera. Aunque varios lograron cruzar, cinco de ellos fueron recapturados y enfrentaron nuevamente la brutalidad de los agentes militares, lo que aumentó la presión entre los que sí lograron escapar.

Tras ser acogidos en Yunguyo, los prisioneros fueron trasladados a Puno, una ciudad más grande, donde la comunidad peruana les brindó ayuda y apoyo, especialmente al conocer las condiciones que habían vivido en Bolivia. Los residentes de Puno demostraron solidaridad al proporcionar alimentos, ropa y cobijo, e incluso donaron dinero y bienes básicos para los refugiados. Esto fue fundamental, ya que los prisioneros no tenían ni recursos ni acceso a medios de subsistencia.

Desde Puno, los prisioneros fueron llevados a Lima, la capital peruana, donde finalmente pudieron solicitar asilo político. Esta etapa marcó el inicio de un largo período de exilio para Epifanio Rodríguez y otros prisioneros, quienes serían repartidos en distintos países de América Latina y Europa, enfrentando una vida de precariedad y desarraigo.

OLVIDADOS POR LA JUSTICIA

El destino de Epifanio Rodríguez, como el de muchos otros presos políticos de la dictadura de Hugo Banzer Suárez, es el reflejo de una historia de incomprensión y abandono. Tras su fuga de la Isla de Coati, donde sufrió torturas físicas y psicológicas, Rodríguez pasó años en el exilio, en Perú, Cuba, la Unión Soviética y otros países, sobreviviendo a duras condiciones sin el apoyo de su país. A su regreso a Bolivia, el ideal de recibir un resarcimiento por los años de violencia y persecución se fue desvaneciendo, mientras su historia y la de otros sobrevivientes se diluía en el olvido.

Epifanio fundó la Unión Nacional de Víctimas de la Violencia Política (UNAVIPO), con la esperanza de obtener justicia y una indemnización para quienes padecieron en la dictadura. Sin embargo, los trámites fueron estancados, y el resarcimiento que buscaba nunca se concretó para él. La ley 2640 de indemnización se convirtió en una norma incumplida para Epifanio y muchos otros, quienes sufrieron la indiferencia de las autoridades y la manipulación política de sus luchas y promesas.

Hoy, Epifanio Rodríguez vive con el peso de las secuelas físicas y emocionales de aquellos años de la dictadura militar. Enfrenta una vejez sin el reconocimiento que merece, y su historia, que es la de una resistencia contra la opresión, sigue siendo un testimonio valioso que permanece al margen de la historia oficial. Su vida es una llamada a la memoria y a la justicia boliviana, para que el sacrificio de quienes lucharon por la libertad y la dignidad en tiempos de dictadura no sea olvidado.

Nuestras Memorias que Perduran, rescatan estas voces, iluminando las historias de quienes, como Epifanio Rodríguez, merecen ser escuchados y reconocidos.

. Redacción:
Constantino Rojas Burgos

Periodista, Investigador y Docente Universitario, miembro de la Sociedad de Editores y Redactores l SER Cochabamba

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