La decisión pública de la señora Jeanine Añez de ser candidata a la Presidencia del Estado anunciada la tarde del viernes 24 de enero, fue un golpe directo al estomago, abrió profundas grietas en la estructura partidaria tradicional, volteó el tablero de líderes emergentes y abrió un gigante interrogante sobre cómo construir poder sin medias tintas cuando está en marcha un proceso electoral sin retorno con un TSE competente que fijó plazos fatales que deben cumplirse de acuerdo a ley y que culminará el 3 de mayo próximo. Los bolivianos fueron sacudidos por un terremoto de enorme magnitud con fuertes replicas inmediatas.
El derecho de la Presidenta de ser candidata amparado en la Constitución Política del Estado, Art. 238, es legal pero no es justo ni ético, interpretando la declaración 0001/2020 del Tribunal Constitucional Plurinacional que le exhorta garantizar el proceso electoral y el sufragio sin dejar margen a una prórroga de mandato o ser candidata de un partido o alianza política estando cumpliendo la más alta función del Estado con carácter transitorio. Pero en Bolivia nunca se respetó las reglas del juego. En política, el cálculo y el ardid siempre fueron estratagemas para alcanzar el poder.
La credibilidad se funda en el principio ético, pilar fundamental que protege la dignidad de toda persona que se precia de proclamar la verdad y trasciende en ese ámbito. La Presidenta defraudó a millones de sus admiradores que confiaban en su valor de mujer honesta dispuesta a garantizar elecciones transparentes después de pacificar el país. Hoy es candidata de un partido político ultraconservador, Movimiento Demócrata Social en su condición de militante. Sus aliados importantes más destacados son Luis Revilla, Alcalde de la Paz y Adrian Oliva, Gobernador de Tarija, socios naturales de Carlos Mesa en Comunidad Ciudadana que lo abandonaron sin explicación alguna. Samuel Doria Medina es su vice presidenciable en la vieja lógica de unir oriente con occidente.
Añez cree ser predestinada y responde a sus adversarios circunstanciales que piden su renuncia calificándoles de “minoría machista” que no aceptan el liderazgo de las mujeres, dejando implícito que su poder desde la Presidencia no está en juego ni será transitorio. “La libertad, la paz y la democracia llegaron para quedarse”, suele afirmar en sus discursos. ¿Es traición a la revolución de las pititas como afirma la renunciante ministra de Comunicación Roxana Lizárraga? No parece cierta, cuando dirigentes de la llamada “Resistencia” y plataformas de mujeres que lucharon con sus pititas en las calles y rotondas en octubre y noviembre de 2019, ya le expresaron su respaldo.
0 comentarios