Luis Fernando Camacho Vaca, Marco Antonio Pumari y el abogado Eduardo León, ingresan al salón principal del Palacio Quemado en Plaza Murillo a las 17.50 del día 10 de noviembre de 2019. Camacho tiene en sus manos una Biblia y un santo Rosario, inseparables de él durante los 21 días de resistencia ciudadana. Los tres se arrodillan en el piso donde el líder cívico asienta allí la anunciada carta redactada por su persona, mediante cuyo texto simbólico, el Presidente deja constancia de su renuncia.
Dos noches antes, elevando oraciones al cielo, había prometido la renuncia de Morales como un hecho consumado ante la multitud de sus seguidores concentrada a los pies del Cristo Redentor, en Santa Cruz. Camacho anunciaba el ultimátum a Evo en nombre de Dios.
“Morales renunciará a su cargo sin disparar una sola bala”…había dicho.
Luis Fernando Camacho se convierte así en líder indiscutible de una mayoría cruceña dispuesta a seguirle hasta alcanzar su objetivo. Mostrándose muy seguro y envalentonado utiliza pronuncia sistemática retórica, “por la libertad y la democracia contra la dictadura” logrando mantener apoyo incondicional y es visto con poder para forzar la renuncia del Primer Mandatario.
La rotonda del Cristo Redentor, se convierte en lugar emblemático para el líder cívico desde donde por cadena nacional de radio y televisión lanza extrañas consignas al borde del paroxismo histérico y proclama su pronta victoria.
La noche del 17 de noviembre, finalmente, en un arrebato de prognosis ad portas establece 48 horas para la dimisión del Presidente y promete entregarle su misiva de renuncia en mano propia en la sede del poder político.
Los miles de adherentes extasiados de júbilo gritan frenéticos el nombre de su líder, único hombre de cuerpo entero desafiando al poderoso mandatario. Sienten euforia y se abrazan de emoción con desbordante oxitocina difíciles de ocultar en sus rostros. La promesa de voltear al Presidente iba tomando sentido y la figura de Camacho se agigantaba cada instante. Una afrenta pública de semejante magnitud no tenía parangón con ningún episodio político en la historia de Bolivia.
Cadenas de televisión, radio y redes sociales instalan sus mejores equipos humanos y tecnológicos para amplificar sus discursos conminatorios transmitidos en directo para todo el territorio donde en diferentes plazas públicas se organizan cabildos populares y se convierten en direcciones políticas circunstanciales determinantes aprobando medidas de presión e impartiendo órdenes de estrategias de movilización.
Su decantada carta utilizada como factor psicológico y de propaganda no llega al destinatario final por carecer de oportunidad para semejante trasiego, tampoco es depositada en ventanilla única de la Casa Grande del Pueblo como obliga el protocolo. Cunde desconcierto en los quipos de inteligencia y seguridad del gobierno aún sabiendo la postura alharaca del líder cruceño. Pero, la misteriosa misiva acaba en el piso del histórico Palacio Quemado siendo más simbólica, orlado de patriotismo y heroísmo dejándola como ideograma de libertad.
Ese día 10, Luis Fernando, imaginando ser ínclito y férreo opositor al régimen del MAS camina varias cuadras sin aspaviento antes de llegar a la Plaza Murillo acordonada y vigilada por uniformados de la Policía Boliviana; es imposible reconocerlo en medio de otros policías. Todo está organizado y protegido para su ingreso triunfal al hall del viejo Palacio de Gobierno y proclamar luego de su salida, la victoria de la democracia y el fin de la tiranía.
0 comentarios